Cameron Macaulay, con solo dos años de edad, empezó a
explicar a la gente de su entorno cómo era su otra vida. Contaba que
tenía “otra mamá” que era muy dulce y cariñosa, y describía cómo era la casa en
la que vivía: blanca, grande y cerca de un lugar donde iban y venían aviones.
Aunque en un principio la madre de este niño escocés lo
atribuyó a una gran imaginación, las dudas se volvieron más inquietantes
cuando, a medida que crecía, los detalles se iban volviendo más precisos:
Aseguraba que su casa estaba en la Isla de Barra,
cerca de la playa, y desde su ventana veía aterrizar aviones. Afirmaba que tenía
un perro blanco y negro al que quería mucho, y un coche de color negro. Hablaba
de sus hermanos con los que jugaba en la playa. Y además, se acordaba de que su
madre tenía el pelo largo. Sin embargo, a su padre (del que recordaba el
nombre: Shane Robertson) le añoraba con tristeza: era un hombre con el cabello de punta y vaqueros rotos, y
falleció “por no mirar a ambos lados de la calle”.
El niño parecía muy preocupado de que su antigua
familia pudiera echarlo de menos. Así que su madre, al no poder soportar más
aquella situación, en especial porque veía a su hijo sufrir por unos recuerdos
que, en realidad, nunca había vivido, decidió contactar con el psicólogo Jim
Tucker, especialista en casos de reencarnación.
Tras hablar durante varios días con el pequeño Cameron,
el doctor Jim Tucker no lo dudó: debía llevarse al niño y a su madre a la Isla
de Barra para averiguar si todo lo explicado por el niño era real.
Después de localizar la dirección de la familia Robertson,
viajaron hasta la isla de Barra. Cameron llegó hasta la casa muy ilusionado,
impaciente por reencontrarse con su madre, su perro y su casa… pero su hogar no
estaba como él lo recordaba, la casa estaba en ruinas y abandonada. Aún así, el
niño pudo enseñarle a su madre y al doctor su habitación, sus rincones
secretos, los parajes que sólo él conocía. No obstante, a pesar de la
excitación por volver a la que había sido su casa, fue una triste experiencia,
ya que apenas quedaba nada de aquella vida a la que había pertenecido.
Lograron contactar con una señora de apellido Robertson,
que afirmaba haber tenido familia que había vivido en la isla en los años 60. Y
que disponía de unas fotos en las aparecían todos los detalles que Cameron
había descrito tantas veces: La casa, el perro, un coche negro de la familia,
una pista de aterrizaje cercana… Todo coincidía a excepción de que la señora
Robertson no recordaba a nadie de su familia que se llamara Shane, y que
hubiera muerto atropellado.
Cameron volvió a su casa tranquilo por haber demostrado
que lo que sentía era real y que, de algún modo, había entrado en contacto con
la que fue su otra vida.
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